Katmandú, 9 de septiembre de 2025 – Nepal se encuentra sumido en una de las crisis políticas y sociales más graves de su historia reciente, tras una ola de protestas lideradas por jóvenes de la “Generación Z” que culminó con la renuncia del primer ministro K.P. Sharma Oli, líder del Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado).
Lo que comenzó como una reacción al bloqueo de 26 plataformas de redes sociales, incluidas Facebook, Instagram, WhatsApp y X, se transformó en un movimiento masivo contra la corrupción, el nepotismo y la falta de oportunidades en un país marcado por la pobreza y la inestabilidad.
El saldo es alarmante: al menos 25 muertos, más de 300 heridos, el Parlamento y residencias de líderes políticos incendiados, y un país al borde del colapso institucional. El detonante de la crisis fue la decisión del gobierno de Oli, el 4 de septiembre, de prohibir el acceso a redes sociales que no se registraran en Nepal ni designaran representantes locales, según la “Directiva sobre Regulación de Uso de Redes Sociales, 2023”.
En un país donde el 80% del tráfico de internet depende de estas plataformas, con 13.5 millones de usuarios activos en Facebook y 3.6 millones en Instagram, la medida fue vista como un intento de censura para silenciar críticas al gobierno. Organizaciones denunciaron la normativa como un ataque a la libertad de expresión, mientras los jóvenes, organizados en línea con hashtags como #NepoBabies y #NepoKid, ya venían denunciando el lujo de los hijos de políticos frente a un desempleo juvenil del 20% y un PBI per cápita de apenas 1.447 dólares.
Las protestas comenzaron el lunes 8 de septiembre, cuando miles de manifestantes rodearon el Parlamento en Katmandú. La policía respondió con gases lacrimógenos, balas de goma y munición real, dejando 19 muertos y más de un centenar de heridos en el primer día. “Muchos recibieron disparos en la cabeza y el pecho”, informó el doctor Badri Risa del Centro Nacional de Trauma. Los manifestantes, indignados por la represión, coreaban “Castiguen a los asesinos del gobierno” y “Alto a la corrupción”.
La violencia escaló el martes, cuando cientos de jóvenes irrumpieron en el Parlamento, incendiando el edificio principal y retirando la bandera comunista del martillo y la hoz en un acto simbólico. “Ganamos”, escribió un manifestante en letras naranjas sobre un muro del Parlamento.
La furia se extendió a residencias de figuras políticas clave, incluyendo las de Oli, el presidente Ram Chandra Poudel, el ex primer ministro Sher Bahadur Deuba y el líder maoísta Pushpa Kamal Dahal. Un episodio trágico marcó la jornada: Rajyalaxmi Chitrakar, esposa del ex primer ministro Jhalanath Khanal, murió tras sufrir quemaduras cuando manifestantes incendiaron su casa en Katmandú. También fue atacada una escuela privada de Arzu Deuba Rana, ministra de Relaciones Exteriores y esposa de Deuba. El edificio de Kantipur Publications, el mayor grupo de medios del país, fue vandalizado, dejando fuera de servicio sus servidores.
Sorprendentemente, el ejército, desplegado en la capital, no intervino para detener los incendios, lo que agravó el caos. Presionado por la crisis, Oli anunció su renuncia el martes al mediodía, declarando en una carta al presidente que buscaba “adoptar nuevas medidas hacia una solución política” ante una “situación extraordinaria”. Junto a él dimitieron el ministro del Interior, Ramesh Lekhak, y otros cuatro ministros, en rechazo a la represión. Oli prometió formar una comisión investigadora y compensar a las víctimas, pero las protestas no cesaron. El Rastriya Swatantra Party (RSP) anunció la renuncia de 20 diputados, exigiendo un gobierno interino y una investigación independiente.
La caída de Oli marca un punto de inflexión para el comunismo en Nepal, una fuerza dominante desde la guerra civil (1996-2006) y la abolición de la monarquía en 2008. El Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado) y el Centro Maoísta han gobernado en coaliciones inestables, pero no han logrado resolver los problemas estructurales del país: pobreza extrema (20% de la población vive bajo el umbral de pobreza), desigualdad y emigración masiva (más de 2.000 jóvenes abandonan Nepal diariamente).
La Generación Z, que representa el 43% de los 30 millones de habitantes, ha canalizado su frustración en un movimiento que trasciende la censura digital y apunta a un sistema político percibido como corrupto. A pesar de que el gobierno levantó el veto a las redes sociales en la madrugada del martes, la situación permanece tensa. El aeropuerto de Katmandú está cerrado, el toque de queda sigue vigente y la violencia continúa. La renuncia de Oli no ha calmado a los manifestantes, que exigen reformas profundas y el fin del nepotismo. “Queremos recuperar nuestro país”, afirmó Sabana Budathoki a la BBC.
Nepal enfrenta ahora un vacío de poder en un contexto de fragilidad económica y política. La crisis recuerda a las caídas de gobiernos en Sri Lanka y Bangladés, donde protestas juveniles derrocaron líderes por corrupción y autoritarismo. Mientras Katmandú arde, el futuro del país pende de un hilo, con una juventud decidida a reescribir su destino, pero sin un camino claro hacia la estabilidad.